Ciclos

De repente todo acelera.
La maquinaria que mueve este mundo estalla en un frenesí de violenta actividad precipitándonos hacia nuestro irrevocable destino. Intento cerrar los ojos, pero me es imposible. Noto como el vértigo se apodera de mi cuerpo mientras salimos lanzados como la saeta de un arquero zen, directos hacia un objetivo ya abatido antes de ser disparado.
El velocímetro indica 150 kilómetros por hora y continúa subiendo. Intento girarme para ver a mis compañeros. No puedo moverme. Siento deseos de gritar pero soy incapaz de articular ningún sonido. Sólo puedo pensar, así que pienso en que sea rápido. Entonces lo veo. El objetivo abatido.
Una pared de cemento se levanta a unos metros de nosotros. Nos estrellamos contra ella y salgo despedido del vehículo rompiendo el cristal delantero. Los fragmentos de vidrio se clavan, sajan y marcan mi piel. Impacto contra el muro. Todo pasa rápido y a la par, con pastosa lentitud. Y por un instante, todo se detiene.
Desde mi posición apenas distingo unos pies que se acercan. Siento voces a mi alrededor y alguien me libera de entre los hierros. Me levantan del suelo y veo como otros hombres tratan de liberar a mis compañeros. Me llevan a una habitación grande, una especie de almacén y me dejan sobre una mesa de metal. Al cabo de un tiempo llegan con los demás. Y con ellos traen las máquinas. Mientras trabajan con ellas en mí, pienso. Pienso en que la vida es cíclica, que todo tarde o temprano vuelve al punto de partida. Pienso en como los hechos se repiten una y otra vez a través del tiempo aunque no siempre sean iguales. A menudo cambian algunos matices, pero no deja de ser una espiral, una enorme espiral que gira desde siempre y para siempre, más allá de toda causalidad.
Cuando acaban con las máquinas nos colocan en otro vehículo. Ésta vez me ponen el cinturón de seguridad. Matices.
De repente todo acelera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno. Que grande.