El camino del ego

Caminamos por el sinuoso gris de la existencia, entre la pretendida luz que fingimos tener y esa espesa oscuridad que evitamos reconocer.
Nos perdemos en fútiles intentos de avanzar, vagando a ciegas por territorios inexplorados, retorciendo nuestras mentes en extrañas encrucijadas hasta que las fuerzas se nos agotan y exhaustos por la terrible lucha, nos quebramos.
Nos precipitamos en la sombra y con el tiempo terminamos resurgiendo de ella como un ave fénix de sus cenizas. Y así, temiendo con cada paso que damos perdernos de nuevo, seguimos nuestro caminar entre lo deseado y lo repudiado. Por esa confusa senda que lleva a través del ser.

El jardín de Lady Victoria

¡ESPOSA!
La palabra recorrió la galería de piedra que conducía al jardín rebotando contra las angulosas paredes en su avance. Con cada golpe que asestaba contra la roca se incrementaba la rabia esencial con la que había sido concebida, hasta alcanzar su destino con un estallido de furia que golpeó los oídos de la joven dama. Sorprendida por la inesperada aparición de su marido, Lady Victoria de Lugmon cerró con fuerza los ojos y se puso a pensar. La presencia de su esposo en el castillo no presagiaba nada bueno, ya que sólo había dos sucesos que podían haberlo provocado. O bien la batalla había finalizado con una rápida y humillante derrota a manos del ejército insurrecto, o algo más importante le había obligado a abandonar la disputa. Por el furioso tono voz con el que la había llamado, se inclinaba más por la segunda opción. No había humillación y derrota en su voz, había rabia. Así que tenía que tratarse de un suceso que le pusiera tan furioso como para dejar de cercenar miembros de paganos en el campo de batalla y regresar a casa en su busca. Y Lady Victoria tenía una ligera idea de qué podía tratarse. Su nueva afición a la jardinería.
La joven sonrió ante este pensamiento y abriendo sus ojos azules de nuevo dejó caer la falda que hasta ese momento levantaba con las manos. Agachado entre sus piernas el joven jardinero, ignorante de la situación, agasajaba con besos y caricias la más secreta y delicada flor del jardín de la dama. La falda tapó la cabeza del mozo y éste, sorprendido al encontrarse de pronto atrapado entre los faldamentos, pugnó con torpeza durante unos segundos por salir. Una vez lo hubo hecho, elevó su mirada hacia el rostro de la dama en busca de explicación. Lady Victoria sonrió con malicia ante la cara de sorpresa del joven, con una mirada entre lujuriosa y divertida la joven se agachó para besar los labios del sorprendido jardinero y le susurró al oído: “Creo que será mejor que ahora te ocupes de las rosas, cariño. Dejaremos los cuidados de la orquídea para otro momento.”