La Fortaleza de Cronos

Tras una dilatada existencia, el fervor con el que espero la muerte ha ido aumentando hasta llegar a convertirse en un irrefrenable deseo. Cada momento de mi vida, si así puede llamarse a este transcurrir agónico, ruego que Ella aparezca ante mi puerta con su manto negro y siegue mi vida con el mortal filo que porta en sus manos.
Cuando fui elegido para ser el protector de la Fortaleza de Cronos, el concepto de inmortalidad gozaba de un significado muy distinto del que posee ahora para mí. Entonces era un joven temeroso del paso de los años y la perpetuidad, por tanto, un regalo con el que los dioses me estaban obsequiando. Con el devenir de los siglos, muchos más de los que puedo recordar, mi percepción al respecto ha cambiado.
Tal y como deseaba en el momento de aceptar mi cargo, conservo la misma apariencia juvenil desde el día que traspasé el pórtico de este baluarte. No obstante, aquellos embaucadores dioses nunca me advirtieron de que mi alma sufriría en total soledad el suceder de los años, ni que mis ojos presenciarían tantos cambios de estaciones, tantas vidas en un solo parpadeo, que incapaces de sobrellevarlo se negarían a seguir viendo. Jamás me señalaron que me convertiría en el guardián ciego de la eternidad, el solitario custodio del infinito que aguarda con ansia la llegada del fin de los tiempos.

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