Yo tenía una casete.
Las palabras flotaban sobre el cuerpo sin vida que tenía
frente a él. El detective las observaba tratando de encontrar el
sentido a aquella sentencia, preguntándose que había llevado a
aquel hombre a escoger esa frase, y no otra, para ser la última que
pronunciaría antes de morir. Fijó su mirada en la última palabra,
ordenó una selección, y del menú que se desplegó junto a ella
escogió buscar. La frase desapareció y en su lugar surgió una
representación tridimensional de una pequeña caja de plástico de
forma rectangular y con un par de agujeros en ella que la
atravesaban. El texto que la acompañaba indicaba que se trataba de
un anticuado dispositivo de almacenamiento de audio y datos sobre una
cinta magnética.
El detective apagó el dispositivo, se quito el visor de
la cabeza y miró contrariado el cadáver que reposaba apaciblemente
en el sillón. No acababa de entender por qué un joven de veinte
años, justo antes de quitarse la vida, había dedicado sus últimos
pensamientos a un sistema de almacenaje que hacía más de
doscientos años que no se usaba. Se dirigió hacia su vehículo y
una vez dentro volvió a ponerse el visor, enlazó con la interfaz
del automóvil y lo programó para que lo llevara a casa. El coche se
elevó unos centímetros del suelo sobre el colchón de antigravedad
y se puso en movimiento.
-Detective Gaff, 14522W, iniciando reporte, caso
22311113/156. Tras efectuar la autopsia virtual, la causa de la
muerte es muerte por sobredosis de True Paradise. El escaneo cerebral
aporta que la última frase que pronunció el sujeto, J. F.
Sebastian, fue: “Yo tenía una casete” -Hizo una pausa, enlazó
de nuevo con la interfaz del vehículo para que mostrara los datos
sobre el parabrisas y se quitó el visor. La frase seguía dando
vueltas dentro de su cabeza. -¿Qué había en esa casete, J. F.
Sebastian? ¿Por qué era tan importante para ti?.
El vehículo se detuvo frente a un viejo edificio en uno
de los suburbios del sur de la ciudad. Gaff se bajó y se dirigió
hacia el portal. Extrajo de uno de los bolsillos de su chaqueta unas
llaves y buscó la correspondiente al candado que aseguraba la
puerta, lo abrió y entró al vestíbulo. El interior estaba en
penumbra y sus ojos tardaron un poco en acostumbrase a la escasez de
iluminación. Atravesó el recibidor en dirección al ascensor y
abrió las rejas de metal que hacían las veces de puerta. Hubo un
tiempo en el que vivían más personas en el inmueble, ahora solo
estaba él. Poco a poco los antiguos inquilinos fueron dejando el
lugar, pero a Gaff le gustaba aquel sitio y por mucho que le dijeran
que era deprimente y que cualquier día se caería de viejo, no
pensaba en abandonarlo. El ascensor se detuvo en la tercera planta
con un chirrido metálico.
Tras tomar una ducha y calentar algo de comida
precocinada para cenar, se preparó una copa y se dejó caer en el
sillón. Activó la pantalla, sincronizó los datos de su dispositivo
portátil con el equipo doméstico y el informe que estaba
escribiendo apareció en el monitor. Estuvo tentado de cerrar el
caso; el protocolo de la policía dictaminaba que los asuntos de
suicidio se archivasen sin más investigación y este parecía uno de
ellos. Sin embargo, había algo en ese asunto que no le encajaba.
Tomó un trago y jugueteó con el vaso entre sus manos pensativo.
-Activa grabación de escáner cerebral. Inicia.
-Observó con detenimiento los últimos cinco minutos de pensamientos
del joven. Eso era todo, hasta ahí llegaba la tecnología de
escaneo, tan solo cinco minutos. En muchos casos era más que
suficiente, pero en éste sólo eran los desvaríos de una mente
trastornada por las drogas. Tomó otro sorbo de la bebida y se quedó
contemplando de nuevo la última frase. Yo tenía una casete. Estaba
seguro de que algo se le escapaba.
-Vuelve al principio. Mitad de velocidad. Inicia. -Las
imágenes se sucedían con lentitud. Una cabaña en mitad de un valle
cubierto de flores de múltiples colores, luciérnagas danzando en la
oscuridad, luces caleidoscópicas... No quedaba duda de que, al
menos, había sido una muerte placentera.
-¡Para!. Atrás a un cuarto de velocidad. ¡Para!. -En
pantalla se quedó fija con la imagen en primer plano de un hombre
con expresión de pánico. -Vaya, vaya. ¿Y tú quién eres?. Activar
búsqueda.
Mientras el sistema realizaba la búsqueda se levantó y
se sirvió otra copa. En la pantalla junto a la imagen congelada se
iban sucediendo a gran velocidad las fotografías de los archivos de
la policía. Tras unos minutos procesando apareció una coincidencia.
-L. Kowalski. Tráfico de drogas, asalto con violencia,
violación, posesión ilícita de armas. Vaya, eres todo un personaje
-dijo Gaff. -Creo que es hora de que te haga una pequeña visita.
Un par de horas más tarde, el pie derecho del detective
Gaff impactaba con violencia contra el estómago de un maltrecho L.
Kowalski. Agarrándole por las solapas de la chaqueta Gaff le levantó
del suelo y le empujó contra la pared del callejón.
-J. F. Sebastian -dijo Gaff. -Le vendiste True Paradise
y ahora está muerto.
-Está bien, está bien -articuló a duras penas
Kowalski y escupió la sangre que se acumulaba en su boca. -Yo le
vendí la droga, pero eso es todo. No tengo nada que ver con su
muerte.
-¿No?. Pues murió de una sobredosis por la mierda que
tú le vendiste y resulta que apareces en su escáner. Así que creo
que estás bien jodido, amigo.
-Mierda -masculló. -Vale, sí, estuve en su casa. El
tipo me llamó porque quería hacer una compra y fui a verle. Me
pilló toda la mercancía que llevaba encima y me pagó bien por
ella. Antes de irme le pregunté si podía usar su baño. Cuando salí
el muy imbécil se la había metido toda. Es la verdad, puedes
preguntarle al otro tío que estaba con él.
-¿Qué otro tío?
-No lo sé. Era su médico personal, o algo así. Dijo
que él se encargaba, que estuviera tranquilo. Pero amigo, aquel tío
se había metido una sobredosis y estaba flipando de lo lindo. Así
que salí de allí corriendo.
Graff le observó tratando de averiguar si lo que le
había contado era verdad o se estaba inventando un cuento para
tratar de librarse del problema en el que estaba metido.
-Bien, ahora me lo vas a contar de nuevo de camino a la
comisaría. Y no te guardes ningún detalle, quiero que me digas todo
lo que sepas de ese otro tipo.
La información que Kowalski le proporcionó no le
servía de mucho. Nunca había visto al hombre que acompañaba a
Sebastian hasta ese día, y tampoco se había fijado muy bien en él.
Sólo pudo darle una vaga descripción: un hombre menudo de edad
avanzada, con gafas y de origen asiático. Gaff volvió a casa con la
sensación de haber llegado a un callejón sin salida. Estaba casi
seguro de Kowalski decía la verdad, pero seguía sin saber que había
llevado a Sebastian a tomar esa cantidad de droga y poner fin a su
vida, ni por qué era tan importante para él aquella casete que
mencionaba. Demasiadas preguntas y muy pocas respuestas. Y la única
persona que podía saber algo más al respecto, era un desconocido.
Decidió acostarse y volver al día siguiente al apartamento de
Sebastian por si había pasado algo por alto.
A la mañana siguiente se despertó agitado por un
sueño. Estaba de vuelta en el apartamento observando el cuerpo de
Sebastian, con la última frase de éste flotando sobre él. Entonces
se levantaba del sofá y se le acercaba poco a poco. Los ojos sin
vida mirando al infinito parecían atravesarle, como si no estuviera
allí. Alzaba las manos en tono de súplica y repetía la frase con
la que había terminado su existencia. La repetía una y otra vez
mientras se le aproximaba. Gaff quería correr, escapar de aquel
joven, pero era incapaz de mover un solo músculo. Solo podía
permanecer allí de pie, viendo como aquel implorante ser se iba
aproximando. Se levantó de la cama y se dirigió directo a la ducha.
Permaneció bajo el chorro de agua durante varios minutos, dejando
que resbalase por su cuerpo, en un vano intento de que se llevara
consigo el recuerdo de aquel mal sueño.
La habitación permanecía tal y como estaba el día
anterior. La única diferencia era que el cuerpo ya no estaba en
ella. Miró con detenimiento por toda la sala, buscando sin éxito
algo que le pudiera ayudar en el caso. Contrariado se sentó en el
sillón que había ocupado la víctima hasta hacía unas horas.
Frente a él había un armario y cerca de una de las esquinas vio
unas pequeñas marcas en el suelo. Se acercó y comprobó que eran
arañazos, como los que dejaría alguien que hubiera arrastrado el
armario para alejarlo de la pared. Sacó el visor de su chaqueta y se
lo puso. Observó con detenimiento el mueble en busca de huellas,
pero si alguien lo había movido recientemente se tomó la molestia
de borrarlas. Metió las manos entre el fondo y la pared y lo apartó
para ver detrás. En la parte posterior del armario había una marca
rectangular de distinto tono al resto. Parecía que allí había
estado algo pegado durante bastante tiempo. Otro callejón sin
salida. O eso parecía hasta que bajo la vista y encontró un pelo en
el suelo.
De vuelta en el coche colocó el pelo sobre la bandeja
de análisis del salpicadero. Unos segundos más tarde, la fotografía
de un hombre asiático apareció en el parabrisas junto con sus datos
personales.
-Señor Chew, al fin nos conocemos -dijo Gaff con una
sonrisa en el rostro.
Chew trabajaba en una importante compañía de alta
tecnología que tenía sus oficinas en el centro. En recepción le
informaron de que podía encontrarle en el laboratorio de I+D, planta
-3. Bajó los tres pisos y entró en una sala refrigerada. A la
entrada había varios abrigos, tomó uno y se lo puso, el frío que
hacía era tan intenso que la escarcha se acumulaba sobre los
aparatos que plagaban la sala. Al fondo un hombre menudo miraba
absorto por un microscopio.
-¿Doctor Chew?. Soy el detective Gaff, me gustaría
hacerle unas preguntas -El hombre se giró y le miró. Si estaba
sorprendido por la visita lo disimulaba muy bien.
-Es por Sebastian, ¿verdad?. Esperaba que este momento
no llegara nunca, debo felicitarle detective, es usted mucho mas
eficiente de lo que esperábamos. Si me acompaña trataré de
explicarle todo. -Chew se levantó y se dirigió hacia un pequeño
despacho.
Ambos se quitaron los abrigos y los dejaron a la
entrada. Chew tomó asiento tras la mesa y le indicó con un gesto de
la mano una silla frente a él.
-Verá, detective, todo esto es un asunto bastante
complejo. Creo que la mejor persona para aclararlo es el propio
Sebastian. Un día, hará un par de años, apareció por aquí
pidiendo mi ayuda y me contó la historia más inverosímil que haya
oído hasta ahora. -Abrió un cajón del escritorio, sacó un cristal
de datos y se lo ofreció a Gaff. - Ahí tiene todo lo que necesita
saber.
Gaff tomó el cristal, lo miró al trasluz y pudo ver el
retrato de Sebastian. Sacó su visor y lo colocó encima de la mesa
de forma que pudiera proyectar la grabación sobre una de las paredes
del despacho.
-¿Sabía que ese aparato fue uno de mis primeros
diseños? -preguntó Chew. -Resulta irónico que gracias a él haya
dado conmigo.
Gaff no contestó, se limitó a mirarle e introducir el
cristal en una ranura. La imagen fija de Sebastian apareció en la
pared.
-Inicia reproducción -ordenó Gaff.
-Mi nombre es J. F. Sebastian -comenzó la grabación.
-Lo es ahora, en este cuerpo, pero no siempre fue así. Hace años,
más de los que consigo recordar, mi nombre no era ese. Soy... era un
científico bastante importante en mi tiempo. En una de mis
investigaciones desarrollé un método que permitía obtener y
almacenar los recuerdos de una persona. Lo llamé escaneo cerebral.
En la actualidad esa tecnología está limitada por razones éticas a
unos pocos minutos. Yo mismo me encargué de ello antes de darla a
conocer al público, pero no siempre fue así. Cuando la implementé
no tenía ningún tipo de restricción, podía leer y guardar toda la
información contenida dentro de un cerebro. No sólo eso, también
fui capaz de traspasar esa información a un cerebro nuevo. En pocas
palabras, hallé la inmortalidad. Desde entonces hasta el día de
hoy, he estado prolongando mi vida a lo largo de más de doscientos
años, usando como contenedores los cuerpos de otras personas.
Cuerpos de personas cuya desgraciada existencia estaban dispuestas a
abandonar y que me cedían para que yo prolongara la mía. Sé que
suena monstruoso y esa es la razón de que limitara la tecnología
del escaneo antes de darla a conocer al mundo. ¿Por qué no dejé de
usarla yo mismo entonces? Porque no quería morir, porque me daba
miedo esa posibilidad. Es un dilema ético importante, usar el cuerpo
de otra persona como el que se cambia de chaqueta. Pero si tuvieras
la opción de prolongar tu vida, ¿la rechazarías?...-Sebastian
agachó la cabeza y miró pensativo el suelo durante unos segundos.
Finalmente volvió a levantar la mirada y continuó. -Al principio
todo fue bien, los primeros cambios fueron un éxito, pero a medida
que el tiempo pasaba y los recuerdos se acumulaban el proceso se fue
complicando. Cada vez me resultaba más difícil establecer de forma
correcta las conexiones y los recuerdos se solapaban, algunos se
volvían confusos y otros, simplemente, desaparecían. -Gaff pausó
la grabación.
-¿Pretende que me crea que ésto es posible? -preguntó
Gaff.
-Yo tampoco le creí al principio, cuando apareció en
mi despacho un día con esta grabación. Pero sentía curiosidad, así
que le seguí el juego. Hace unos veinte años había conocido en
persona al científico que desarrolló la tecnología del escaneo.
Nos hicimos buenos amigos y compartimos muchos momentos juntos. Así
que le empecé a hacer preguntas a Sebastian sobre situaciones y
cosas de su vida personal que tan sólo él podía saber.
-¿Y le convenció?
-No me quedó ninguna duda de que eran la misma persona,
sólo que yo le había conocido como el doctor Tyrell.
-Me cuesta trabajo creerme todo ésto. Trasvase de
memorias, la vida eterna... me parece más un relato de ciencia
ficción.
-Sí, es difícil de asimilar, le entiendo. A mí me
ocurrió igual, así que le pedí más pruebas y me llevó a su casa.
Me indicó que buscara tras un armario que tenía en el salón. Y
encontré ésto -Chew abrió un cajón y sacó un sobre que dejó
sobre la mesa. Gaff lo abrió y extrajo el contenido sobre ella.
Había varias hojas con informes de diferentes personas, entre ellas
estaban la del doctor Tyrell y la de J. F. Sebastian, pero sus
nombres eran diferentes. También había algunos objetos personales,
varias fotografías, una de ellas mostraba a Chew y a otro hombre,
que dedujo debía de ser el doctor Tyrell, junto a una cabaña. Y,
por último, una caja rectangular de plástico que llamó su
atención. La cogió y la abrió, en su interior había una casete.
-Es un objeto curioso, ¿verdad? -comentó Chew.
-¿Sabe lo que contiene?, ¿ha podido leer los datos?
-Oh, no. No tengo el material adecuado para
reproducirlo, y aunque así fuera, me temo que hace años que su
contenido se ha perdido. Pero si lo desea puede escuchar alguna de
las canciones.
-¿Canciones? -preguntó Gaff.
-Sí. Hace tiempo yo sentí la misma curiosidad que
usted y realicé una pequeña investigación. Al parecer se trata de
la banda sonora de una película que fue bastante famosa a finales
del siglo XX. ¿Quiere escucharla?.
-Sí, me gustaría oírla. -Chew tocó una de las
esquinas de la mesa y sobre su superficie apareció un menú. Realizó
una serie de selecciones y los primeros acordes de “Love theme”
de Vangelis empezaron a sonar.
-Esta es mi favorita -dijo Chew.
Mientras seguía sonando la canción, Gaff puso en
marcha la grabación de Sebastian.
-Durante todos estos años he visto muchas cosas y
olvidado aún más. Apenas recuerdo los rostros de las personas a las
que más he querido, ni los lugares donde más feliz he sido. Cuando
tomé la decisión de perpetuar mi vida hasta más allá de lo que
cualquier ser humano haya soñado, no tuve en cuenta las
repercusiones de ello. Y ahora, de una manera cruel, el destino me ha
abierto los ojos. No deseo seguir adelante, mi querido Chew. No si
todo cuanto he sido va a ir desapareciendo de mi cabeza de forma
irremediable. Creo que mi momento ha llegado, es hora de dar punto
final a mi existencia. Antes de que sea demasiado tarde y ya no
recuerde nada de la persona que fui. Y por eso que me dirijo a ti,
para pedirte un último favor. No quiero morir como he vivido la
mayor parte de mi vida, en soledad. Por favor, te pido que me
acompañes en mis últimos momentos. -La grabación finalizó y los
dos hombres permanecieron en silencio mientras continuaba sonando la
melodía de la canción.
-¿Va a detenerme? -preguntó Chew después de un rato.
-No. No ha cometido ningún delito, solo acompañar a un
buen amigo en su último día. Además, ¿cree que alguien se creería
algo de todo ésto?.
Esa noche, mientras se tomaba una copa en su casa, Gaff
puso la música que había pedido a Chew que le grabara y escuchó
cada tema con atención. Ahora entendía aquella última frase que
durante esos días le había obsesionado, al igual que entendía la
razón por la que J. F. Sebastian, el doctor Tyrell o como se llamase
aquel hombre en realidad, había decidido quitarse la vida. Abrió el
expediente del caso, hizo una serie de modificaciones y lo cerró
como suicidio. A nadie le importaba aquella historia y lo mejor para
todos es que cayera en el olvido. Al igual que los momentos de la
vida de Sebastian, con el tiempo desaparecería. Como lágrimas en la
lluvia.
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